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HAY ALERGIA AL ALGODÓN DE LA MADRE
Hay alergia al algodón de la madre
y a los concentrados de la abuela.
Hay alergia al polvo de los libros,
a la arena de las pirámides
y a la viga en el ojo ajeno.
Hay alergia a la caída de pelo,
al humo de la pipa del poder al paso
y a la tiza gastada en blanco.
Hay alergia al aire extranjero,
a la sagrada familia, a los ateos
y a los olvidos que matan niños.
Hay alergia a la hierba
de primavera que llegó en otoño,
a los ladridos del perro que no muerde
y al camino del buey.
Hay alergia a las continuas muertes,
a las esperas que no aguardan,
a las miradas oscuras
y a las estatuas tardías.
Cómo asfixia el asma en el alma.
EL CABALLO ARDIENTE
El Caballo Ardiente regala su lengua a doncellas y brujas. Entrega su savia aunque se sequen sus vetas y vaga sin rumbo buscando el sueño. Pero el mundo gira y la arena cae desorbitando sus ojos. (Aún recuerdo la ternura de su cuello).
No pretendas cabalgarlo al verlo pasar, detén su marcha descarriada. No mires sólo el pétalo de su piel o la luna de su cadera o el mármol de sus muslos. Mira la sal en sus mejillas, el grito en sus pupilas y el azul en su alma.
Limpia la sangre de su camino, llévalo a descansar entre las amapolas, dale de beber con tus manos el agua pura del olvido, antes de que deje de ver las estrellas.
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HAY ALERGIA AL ALGODÓN DE LA MADRE
Hay alergia al algodón de la madre
y a los concentrados de la abuela.
Hay alergia al polvo de los libros,
a la arena de las pirámides
y a la viga en el ojo ajeno.
Hay alergia a la caída de pelo,
al humo de la pipa del poder al paso
y a la tiza gastada en blanco.
Hay alergia al aire extranjero,
a la sagrada familia, a los ateos
y a los olvidos que matan niños.
Hay alergia a la hierba
de primavera que llegó en otoño,
a los ladridos del perro que no muerde
y al camino del buey.
Hay alergia a las continuas muertes,
a las esperas que no aguardan,
a las miradas oscuras
y a las estatuas tardías.
Cómo asfixia el asma en el alma.
EL CABALLO ARDIENTE
El Caballo Ardiente regala su lengua a doncellas y brujas. Entrega su savia aunque se sequen sus vetas y vaga sin rumbo buscando el sueño. Pero el mundo gira y la arena cae desorbitando sus ojos. (Aún recuerdo la ternura de su cuello).
No pretendas cabalgarlo al verlo pasar, detén su marcha descarriada. No mires sólo el pétalo de su piel o la luna de su cadera o el mármol de sus muslos. Mira la sal en sus mejillas, el grito en sus pupilas y el azul en su alma.
Limpia la sangre de su camino, llévalo a descansar entre las amapolas, dale de beber con tus manos el agua pura del olvido, antes de que deje de ver las estrellas.
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