lunes, 22 de junio de 2009

1985 / ENTREVISTA A FRANCISCO GARZÓN CÉSPEDES REALIZADA EN SAN JOSÉ, COSTA RICA

.
CONTAR CUENTOS, UN MODO
DE AMOR Y SOLIDARIDAD
*
.

.
–¿Francisco, podrías explicarnos exactamente en qué consiste el fenómeno de narración oral, tu presencia en nuestro país en este 1985 y en torno a ese proyecto y los planes de estancia en Costa Rica?

Hay una peña literaria que existe hace más de diez años (desde 1974/1975) y que hacemos conjuntamente la trovadora y compositora Teresita Fernández y yo. Es una experiencia de extensión de la cultura e integración de las artes al aire libre, aunque también hemos trabajado mucho en salas de conferencias y en salas teatrales, que tiene como punto central, como hilo conductor, no la canción, ni el poema, ni la narración oral artística, sino esencialmente el diálogo hacia y/o con el público; es decir, la conversación, y a partir de esa conversación, como por núcleos o módulos entran la canción trovadoresca, la canción social, la canción amorosa, la canción para los niños, entran las narraciones orales que cuento, entran los poemas y los invitados.

Así llegó una vez vuestra ex Ministra de Cultura, la escritora Carmen Naranjo, a compartir el diálogo y a leer sus textos en La Peña y de allí nació la idea de hacerlo en Costa Rica. Gracias a esto ahora vine invitado por la Confederación Universitaria Centroamericana (CSUCA) y la Editorial Universitaria Centroamericana (EDUCA) a tres cosas: al Encuentro Cultural Centroamericano que acaba de realizarse, como jurado del Premio de EDUCA –que se dará próximamente–, y, además, a hacer talleres de narración oral en Costa Rica.

No he dejado de ser ni escritor ni periodista, ni hombre de teatro. Estos tres oficios desde hace veinte años (desde 1962/1963) se han venido integrando en mi práctica, en mi comunicación con los demás y en realidad se han proyectado los unos sobre los otros; de ahí que en casi todo lo que hago, aun cuando pueda dominar uno de estos oficios, los otros están presentes.

La misma narración oral como profesión artística, como técnica es relativamente un arte nuevo. Se da en los países escandinavos a finales del siglo XIX, dentro de las bibliotecas y dirigido especialmente a instaurar el cuento oral para los niños. Se extiende muy rápidamente a finales del siglo pasado y a principios de este siglo XX, por los Estados Unidos, Inglaterra, por el resto de los países europeos y llega a algunos países latinoamericanos. Después de un período de auge, sobre todo en Centroamérica, empieza a declinar, tal vez, porque estuvo siempre muy encerrada en ese ámbito de las cuatro paredes de la biblioteca o del aula. No es que esto no sea muy importante, pero evidentemente la narración oral, para poder influir y extenderse, necesitaba conquistar otros sectores y otros ámbitos.

Hay que tomar en cuenta que el cuento oral es una de las prácticas sociales más antiguas de la humanidad. Se cuenta desde que el ser humano es ser humano, y el cuentero –ese personaje comunitario, no por ingenuo menos pleno de sabiduría, que cuenta desde una circunstancia predominantemente oral– recoge no sólo las tradiciones y los sucesos de su comunidad; por su voz van pasando las historias de otras comunidades y, además, va educando a las nuevas generaciones. Fíjate en los tiempos de las tribus, los personajes más importantes eran el jefe de la tribu, el guerrero capaz de guiar a la comunidad a la caza o guerra, y el cuentero.

Ahora, el narrador oral de la corriente escandinava no necesariamente es un cuentero; en realidad, su circunstancia es escrita, conoce una metodología que le permite seleccionar el cuento adecuado, montarlo y compartirlo con el público. Esta práctica del narrador oral siempre se había quedado en ese ámbito de que te hablaba, hasta que, cuando yo empezaba a contar en La Peña de Los Juglares, me di cuenta de que el acto de contar tenía mucho que ver con los cuenteros populares, quienes contaban con todas las edades y no solamente con los niños.

Es entonces cuando me propongo hacer repertorio, no solamente para los niños, sino esencialmente para tratar de compartir, de influir en los jóvenes y adultos. Asumí un repertorio que, por una parte, tiene cuentos para todas las edades y, por otra parte, tiene otros cuentos básicamente para un auditorio de adultos.

–Ustedes tienen en Cuba el cuentero del tabaco, esos cuenteros cubanos que están narrando mientras la gente trabaja las hojas del tabaco y de donde proviene Soler Puig, que es uno de los grandes novelistas...

Ellos no cuentan, ellos leen en voz alta; es decir, lo que nosotros tenemos son los famosos lectores de las fábricas de tabaco, pero eso es otra cosa. Este lector es un fenómeno muy singular, es un hombre que iba a leer, por entregas, una obra literaria a los tabaqueros mientras éstos trabajaban, y fue un medio difusor de cultura y difusor de criterios políticos y un poderoso estímulo a la lectura.

Tiene vínculos esta práctica, por supuesto, con la narración oral, en tanto que las dos pueden incentivar la lectura y las dos forman excelentes oyentes, pero el lector de tabaquería sin duda es otra cosa.

–Pero hay un momento en que este lector se convierte en un contador de cuentos, porque hay un momento en que Soler Puig se da cuenta de que lo que él está leyendo no es el libro que tiene en la mano sino el cuento que él está inventando, y los que lo están escuchando comienzan a disfrutar de sus historias, y de allí surge el novelista...

Pero eso se da porque Soler Puig lo que hace, en definitiva, es inscribirse en una tradición mucho más amplia y mucho más vieja que existe en Cuba y en casi todos los países, que son los cuenteros populares: sobre todo los cuenteros campesinos.

Ustedes por ejemplo, en Costa Rica, en el sentido de las tradiciones orales, tienen extraordinarias colecciones de esos cuentos trabajados por escritores; es el caso de los Cuentos de mi Tía Panchita, de Carmen Lyra, y Fábula de fábulas de Alfonso Chase, por citar dos ejemplos.

Habría que establecer diferencias: el cuentero popular, muchas veces no letrado, uno sin una metodología, que inventa sus propios cuentos o bien reinventa los cuentos que le llegan por la tradición oral, es el antecedente del actual narrador oral. El narrador oral contemporáneo en nuestras sociedades, en cambio, es una persona que debe tener varios requisitos; es decir, tiene que ser una persona con cultura escrita; tiene que ser un gran lector, porque casi nunca cuenta sus propios cuentos, ni los inventa; él lo que hace es reinventar, pasar por los tamices de su corazón los cuentos que él toma de la literatura: de repente cuenta un texto de Julio Cortázar o cuenta un texto de Onelio Jorge Cardoso, o bien toma de las antologías de cuentos populares.

Claro, puede pasar que el narrador oral –y yo lo hago– haga trabajo de campo, es decir, se convierta en un investigador del folclor y vaya a recoger historias de las voces de los campesinos y luego cuente esas historias. Acabo de hacerlo en Venezuela.

En el interior de Venezuela me llevaron ante un cuentero fabuloso, que se llama El Caimán de Sanare, para que me contara sus cuentos, y hubo un proceso muy hermoso, porque cuando él terminó de contar, le pedí permiso para contar yo, y cuando empecé a contar, él se sintió reanimado, sintió que podía entablar un contrapunteo y volvió a contar con mayor entusiasmo y, de repente, estábamos intercambiando versiones de un mismo cuento...
–¿Estás hablando de una expresión no espontánea, de una narración oral que requiere preparación previa, una planificación previa?

La espontaneidad es un elemento muy importante, pero el elemento en este caso es parte, y no necesariamente el todo y el punto de partida; indiscutiblemente hay que tener una gran capacidad de comunicación, hay que tener o haber adquirido la magia de la palabra, para poder contar, y hay que tener también, pues, lectura, conocimiento de las técnicas.

Por lo menos en mi país se hacen muchos chistes; pero eso es otra cosa.

De lo que se trata es de dar un instrumento que le permita a una persona apropiarse de un cuento de la oralidad o de un texto literario y contar.

–Entonces la técnica consiste en cómo apropiarse de un texto original, de una fuente.

En parte sí.

–Debe ser un poco difícil apropiarse, por ejemplo, de “Los Cachorros”, o apropiarse de Maupassant...

Hay cosas para ser contadas oralmente y cosas que no, que pueden necesi­tar una adaptación literaria antes de considerarlas un original del cual partir para hacer una versión oral. Siempre lo que se cuenta oralmente es una versión oral de la fuente.

–Tendrá que saber distinguir, primero, qué puede ser aprovechable.

Hay que agudizar la capacidad de selección y hay que saber que el cuento te tiene que haber impresionado profundamente, tienes que haberlo sentido dentro. En segundo lugar, ese cuento lo vas a contar con determinado público y vas a considerar el lenguaje del cuento, la estructura, la duración del cuento.

–¿Respecto al autor, no?

Respecto a la esencia del cuento, sí, pero el cuento que se cuen­ta no es nunca el cuento que se escribió, ni el cuento que se escuchó. Es ese cuento pasado por el corazón, la razón y la voz y el cuerpo de quien lo cuen­ta y de su público; y no se cuenta nunca de memoria.

–En eso consiste el Taller, ¿en los modos de aprender a recrear?

El Taller va a la dignificación de la palabra, la voz y el gesto vivos y a los antecedentes de la narración oral. Fíjate que no hay propaganda más eficaz, en cuanto a profundidad en la comunicación, que la propaganda directa, es decir, cuando el ser humano está físicamente delante de un grupo hablándole (la radio, la televisión, el periódico, pueden ser más masivos, pueden tener un al­cance mucho mayor, pero nada sustituye a la palabra y a la presencia del ser humano frente a otro ser humano, eso puede tener una efica­cia que llega a altísimos niveles de profundidad). La narración oral tie­ne esa característica, es el ser humano compartiendo un cuento con los otros seres humanos; porque los cuentos, y esto es muy importan­te, no se cuentan para los demás, se cuentan con los demás, es decir, se cuentan a partir de las resonancias que el cuento vaya encontran­do en los ojos, en las sonrisas y expresiones de la gente.

Estás llegando a Costa Rica a hacer un taller de narración oral. Éste es un país que está –según última estadística– con­siderado como la nación con más televisores per capita de América Latina. Aquí en Costa Rica se ve tanta televisión como en Estados Unidos, aquí la gente se pasa frente a la televisión más tiempo que durmiendo; por tanto, es una gente que está ya aculturada, y quiero decir más, claramente deformada por un medio envolvente, que abarca la mayor parte del tiempo, entonces ¿qué futuro, qué posibilidades y cómo puede desarrollarse una tra­dición de narración oral en un país en esas condiciones?

Te diría que en gran medida la realidad costarricense es la reali­dad venezolana. No he estado antes en Costa Rica. Incluso Caracas es una ciudad mucho más violenta que San José, mucho más difícil, y, sin embargo, en Caracas, en parques donde la de­lincuencia puede hacerlo peligroso, se cuentan cuentos. Tú puedes en Caracas, un domingo, elegir entre cuatro y cinco lugares donde ir a oír un grupo distinto de narradores orales que cuentan habitualmente.

Hago los talleres de narración oral a partir de mi confianza en el ser humano y a partir de mi interés por la comunicación. Nunca temo que la narración oral no vaya a encontrar su público, porque la narración oral es un arte mágico.

En definitiva lo que uno hace es inscribirse en una herencia de siglos que es la herencia del poder de la palabra y de la fuerza de la palabra viva.

Claro, el resultado de los talleres no depende solamente de mí, depende de los propios costarricenses, depende de que luego esta tarea no se quede en el marco del taller, sino que se creen grupos de narradores orales que sean capaces de contar en el Parque de San José, en las escuelas o en las bibliotecas, en los escenarios más diversos.

–¿Qué posibilidades de control y dominio hay con respecto al público, o sea, qué auditorio, más o menos, es posible controlar?

Prefiero en esta etapa un auditorio que esté entre doscientas y trescientas personas, aunque llego a contar con miles a la vez. Eso depende de las condiciones de cada narrador oral, de la voz que tenga, de su capacidad de comunicación, de las condiciones acústicas. En general no aconsejo contar con micrófono, eso va contra la naturalidad que el narrador necesita, pero eso no me ha impedido en un momento dado usar el micrófono desde un escenario, es decir, no suelo establecer moldes rígidos. Creo que a partir de una serie de pautas, de puntos de partida, cada cual debe ir encontrando su propia salida a partir de sus propias posibilidades, porque el narrador oral parte de sí mismo.

–La telenovela de moda acapara desesperadamente la atención de los televidentes, durante treinta minutos; ¿más o menos cuánto tiempo puede soportar un público de cien o ciento cincuenta personas frente a un narrador oral contando cuentos?

Depende del narrador y depende del público; depende de si el público está allí para ver al narrador o si el público es un público que está de paso y ha sido atrapado por la magia al contar de la palabra, la voz y el cuerpo en un parque al aire libre. Si el público es atrapado en una plaza pública, dispone de menos tiempo que el que ha ido a una sala teatral a ver y a oír contar cuentos.

–O sea, que estás en un enfrentamiento entre la magia de la palabra y la magia de la imagen. ¿Cómo le vas a hacer frente a eso?

No se trata de eso. Es decir, un narrador oral puede estar contando cuentos y hablando con el público hasta dos horas; siempre aconsejo que cuando se comienza a narrar se empiece en un grupo y que sean varios narradores, y que la sesión de narración no dure más de una hora. No solamente para ir fogueando a los narradores, sino para ir acostumbrando al público, para que el público vaya reconociéndose en los cuentos y, además, insisto en la posibilidad de integrar otras artes desde módulos aparte. En Caracas los grupos siguen el esquema del trabajo de Los Juglares, por­que aunque ellos le dan la mayor importancia a la narración oral, en mu­chas ocasiones llevan un invitado, que puede ser un músico, un can­tor, un escritor que va a consumir un veinticinco por ciento del tiempo. Lo esencial son los cuentos orales, pero está este otro elemento (adecuando la estructura modular de la Peña).

–En un mundo tan visual como el moderno, ¿no crees que la gente tan acostumbrada a la imagen en las ciudades modernas esté un poco predispuesta a no escuchar?

La pregunta es muy buena, pero el asunto es que el narrador oral es también imagen. Es decir, se cuenta básicamente con el lenguaje hablado, pero los lenguajes corporales son parte esencial; por eso he hablado de eficacias al comunicar, porque el público está viendo a este hombre o mujer a los ojos, el público está viendo las expresiones, los mo­vimientos, los gestos.

Y, sobre todo, a partir de las sugerencias del na­rrador o narradora, el público está creando sus propias imágenes.

–Pienso que para nuestro medio va a ser no sólo una innovación sino también un reto...

Se trata de hacer que este arte de la narración oral, que es un ofi­cio solidario y colectivo, llegue a la mayor cantidad posible de perso­nas, para tener una buena cantidad de posibilidades de que esas perso­nas no solamente se queden contando, sino que se queden con el deseo de cursar nuevos talleres. Y digo que contar es redescubrir la voz de los sueños; que contar es creación; que contar es compartir las alegrías de la verdad; pero tal vez lo más importante: que contar es amor.
.
.

* MORALES, Carlos. Semanario Universidad (entrevista realizada por su Director, escritor, crítico, periodista premiado internacionalmente, a F. G. C.), San José, Costa Rica, 13 al 19 de Septiembre de 1985. Texto revisado para este libro y elegido entre cientos de entrevistas (diarios, revistas, radio, televisión...). La entrevista se realizó grabada.
.
.
free hit counter